(Para Pepita, que descansa en paz)

Ayer se fue la mujer que escribía cartas de amor: cada tarde, cada fin de semana que compartí con ella y con sus compañeros de piso; y luego, después, en otra etapa, en un horario más tardío, disfrutando de cenas y sobrecenas, pero siempre concluyendo esas jornadas con una carta, una carta de amor.
Una carta que me dictaba, yo era su amanuense, y que comenzaba siempre con un “Hola, me llamo…”, y a continuación enumeraba su largo currículo de habilidades, al que siempre añadía la palabra “buena”, “una mujer buena”.
Y así era, una mujer buena que soñaba que su bondad se reflejaría en una historia de amor con alguien que respondería a sus cartas, vendría a buscarla, y que la querría por todo lo que ella contaba. Mientras yo, qué estúpido, le recordaba el principio de “realidad”: que vale, que bien, que yo te escribo la carta, pero debes saber que… Y al día siguiente, otra vez, (¿no le había recordado que una cosa era la realidad y otra los sueños?), ella me volvía a pedir lo mismo: “Jose Antonio, ¿escribimos una carta?” Aún guardo algunas de las muchas cartas que me fue dando a copiar y donde cada día relataba que era mejor persona, cada día lo era, y que lo hacía para poder luego escribirlo en sus cartas.
Pepita me enseñó varias cosas: la principal, que para vivir hay que vivir soñando; y que eso del principio de “realidad” solo sirve para justificar esta vida de aburrimiento y desolación que llevamos sin darnos cuenta. Me enseño que la bondad era cosa de cada día y que las cosas buenas no se olvidan nunca. Me enseñó a dar ternura, y que enfadarse a la tremebunda lo único que te otorga es un mal día y un dolor de estómago. Pero la principal, que el amor se sueña, antes de que sea real, se sueña y se escribe.
Así que no será posible olvidarte.
No estuve, Pepita, al final, ni en los últimos tiempos, y me hubiera gustado mirarte a los ojos, esos ojazos que parecían pensarlo todo, y decirte que tus cartas de amor soñadas han sido un éxito y que todo el cariño que soñaste se nos ha quedado dentro, y que quería darte las gracias porque infinitamente nos has hecho mejores.
Y que supieras también, solo por hoy, que me siento pequeñito ante la ausencia de una persona tan grande.
Un abrazo allá donde estés.
3 de abril de 2022
Jose Antonio Ruiz